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La explicación de por qué no le dejo mi vida a La Exactitud

Este desahogo, que se dice llamar “articulo de opinión”, se lo deben agradecer a un güevón cualquiera que hoy me hizo sentir mal al afirmarme que no sé cuál es el rumbo de mi vida.

Hace unos días, era de esas viejas que pensaba que el encontrarme con un man, en un lugar que no esperaba, era “coincidencia”. Sí, de ese tipo de “coincidencia”; cuando no puedes explicar algo porque es absolutamente –implaneable- para tu rutina.

Luego, tuve una de esas charlas que te hacen feliz, filosofo y racional. De esas que solo se pueden hablar en dos ocasiones: ebrio o con la persona más abierta que puedas llegar a parchar.

La charla trataba de “¿la vida es un destino escrito con coincidencias? ó ¿es un camino lleno de buenas y malas decisiones?”

Y en el siguiente párrafo es donde le respondo al güevón: No, no sé el rumbo de mi vida. Porque si el rumbo de mi vida fuese tan fácil de decidir, simplemente se resolvería como se resuelve un problema de matemáticas. Tampoco estoy diciendo que me voy a sentar, cuál hija de papi, a esperar a que me llueva una buena decisión. Simplemente que no estoy tan agobiada como esas personas que esperan frutos de su carrera y no de sí mismos; de sus dones, para lo que son buenos. Esos miedos se los dejo a las personas que estudian por ambición y no por vocación. Resaltando a las personas que tienen decisión en su carrera. Tristemente es un desperdicio que no todos “puedan ser para lo que nacieron ser”.

Sin embargo, le quiero agradecer por hacer que me emputara en un bus cualquiera. Ya que, eso me hizo volver a Mi Pequeña Muerte.


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